"El mundo es como un libro abierto, quien no viaja sólo ha leído la primera página".

La familia Garcia y las autopistas del Mediterraneo



Pepe y Pepa llevan felizmente casados doce años, y tienen dos hijos, Paula, una adolescente bastante presumida y Julito el pequeño de la familia es un inseparable de su simpático perro Pluto. La familia García lleva años en Barcelona donde viven felices en un adosado muy cerca del parque Güell. Después de un año duro de trabajo y colegio, ¡ha llegado la hora de las esperadas vacaciones! Pepe un enamorado del mar y el snorkeling, descubrió hace poco las maravillosas playas de Cerdeña mientras veía el conocido programa de “Españoles por el Mundo” y sin pensárselo dos veces encendió su Mac, y se puso a buscar con Pepa minuciosamente la manera más cómoda de llegar.

-Debemos tener en cuenta que vamos los cuatro y Pluto, no podemos dejarle en casa que a Julito le da un patatús seguro, pero claro, viajar con el perro es un hándicap en muchos  transportes. -Aseguraba Pepa-, mientras removía su taza de café. Por otra parte, la isla es demasiado grande para movernos en transporte público y teniendo en cuenta a Pluto, yo creo que lo más fácil sería alquilar un coche, pero ya sabes que no me fío un pelo de las compañías de alquiler.


- ¡Acuérdate de la última vez que alquilamos un coche en Menorca!  -le recuerda Pepe-,  nos cayó una chinita al cristal frontal y se agrieto, ¡vaya ladrones!  Cada vez que lo pienso se me pone un mal cuerpo… ¡malditas empresas de alquiler! Si pudiéramos llevarnos nuestro coche, eso sí que sería una gozada, ¿no crees? Con lo a gusto que van los niños cada uno en su sitio, viendo sus DVDs, nosotros con nuestra música, el navegador que siempre nos puede sacar de algún apuro…
- Ahora que lo dices, ¡creo que tengo la solución! – exclamó Pepa excitada-. El otro día Rosa, mi compañera  del trabajo, me comentó que se había ido a Roma en una especie de crucero-ferri. Por lo visto puedes meter el coche en el barco, e incluso tener tu propio camarote. Me comentó que no le dio tiempo a probar todo lo que  ofrecía el barco, que si restaurante, bar, gimnasio y piscina, centro de compras y espectáculos, incluso algo me dijo de un casino…
Unas horas más tarde y después de una llamada de teléfono a Rosa, la familia García al completo tenía reservada la ida y la vuelta desde Barcelona hasta Porto Torres (situado al noroeste de la isla de Cerdeña) a bordo de una de las líneas del grupo Grimaldi, en un camarote exterior; y finalmente Pluto y el reluciente Volvo de color blanco de la familia les acompañarían en su aventura veraniega.
Mientras, un piso más arriba, sus vecinos los Rodríguez también con dos niños, pero sin perro contrataban el mismo viaje pero en avión.
Para empezar la familia Rodríguez no pudo empaquetar todo lo que les hubiera gustado pues no cabía en la maleta, la sombrilla para el sol y las raquetas de tenis tendrían que alquilarlas en el lugar de destino. Al coger uno de esos vuelos que salen a horas donde todavía no han puesto las carreteras, tuvieron que llamar a un taxi que les acercara a la terminal, pues dejar el coche en el parking salía “más caro que un riñón” – como solía decir el señor Rodríguez-. Aunque la familia llegó al aeropuerto con una hora y media de antelación, el avión salió con dos horas de retraso, por lo que después de tres horas de peregrinación por la zona del Duty Free, la llamada por megafonía para embarcar al vuelo FKL 0123 con destino a Alghero, parecía un sueño. Si bien el trayecto en avión era corto, entre la espera previa al embarque y la espera en la zona de recogida de maletas, parecía que había pasado una eternidad, y ¡el día no había hecho más que empezar! Mientras aprovechaban para desentumecer las piernas, todavía quedaba hacer la cola para alquilar el coche, y poner rumbo al hotel donde finalmente podrían descansar a gusto.
Por el contrario, la familia García salió de casa con el maletero hasta los topes, pues hacía mucho que no se les presentaba una oportunidad como esta de poder llevar todo lo que les cupiera. Las aletas, las gafas y el tubo de snorkeling, la tabla de bodyboard para Paula, la comida de Pluto, y su almohada para que se sintiera como en casa… Y no podía faltar el GPS!


Una vez en el puerto, al que llegaron una hora y media antes  para el embarque, se dirigieron a la terminal de" Acciona Transmediterránea" al lado de la céntrica Plaza de la Carbonera. Allí con el billete electrónico y la documentación realizaron un sencillo check-in y les entregaron las tarjetas de embarque que son a su vez la llave del camarote.  Parecía que estaba todo resuelto, pero a Pepe casi le da un shock cuando le piden el pasaporte europeo para animales de compañía (PET).
-¿Cómoooo?  Sus oídos no daban crédito, ¿el pasaporte de quéeee?
Menos mal que Pepa se había informado antes y lo llevaba bien guardado en su bolso junto a la documentación de toda la familia.
-Anda que si no estoy yo pendiente…, -le respondía Pepa mientras le guiñaba un ojo.
El buque les impresionó desde fuera por su majestuosidad. Según les comentó una de las azafatas del check-in el Cruise Roma y el Cruise Barcelona están preparados para transportar 2.300 pasajeros, 150 coches y hasta 187 vehículos comerciales. Son líneas regulares de última generación, muy rápidas y confortables, en las que no falta particularidad alguna, pues están equipadas con todo lo que uno puede desear mientras se deja llevar por las Autopistas del Mediterráneo.
En cuento se permitió el acceso al buque, y después de haber dejado a Pluto tranquilamente roncando, la familia García fue en busca del camarote que les habían asignado, una habitación pequeñita, con las camas superiores abatibles en forma de literas, pero muy agradable, a la que no le faltaba detalle alguno. A las 22h15 en punto, el ferri comenzaba a realizar las maniobras de desatraque y toda la familia subió a cubierta para despedirse de la ciudad que acababa de encender sus luces.
Y no eran los únicos que habían tenido esa idea. El puente de comando estaba a rebosar de gente que se asomaba por detrás de las barandillas despidiéndose de Barcelona y mirando al cielo en busca de alguna constelación en particular. La agradable brisa que se había levantado en pleno mes de agosto y el olor a mar parecían indicar el comienzo de las vacaciones con las que todos llevaban días soñando.  
-Pepe, creo que es hora de que los niños se acuesten. Mañana nos espera un día largo.- señalo Pepa.
Pero allí nadie quería acostarse. Paula y Julito fueron los primeros en poner malas caras. Lo que ellos querían era dar una vuelta por las instalaciones del buque. Era la primera vez que subían a bordo de un barco como este y no estaban dispuestos a perderse nada.
Y por no perderse, casi pierden a Paula en la discoteca Planetarium. La joven ya había saltado a la pista de baile, sin vergüenza alguna, y se había puesto a mover las caderas al ritmo del último single de Shakira. Solamente consiguió Pepe sacarla de allí cuando le amenazó con volverse a casa en el mismo ferri a la mañana siguiente.
Después de dar una vuelta por el casino y por la zona de tiendas que para sorpresa de todos no cerraban hasta las 24h, Paula y Julito se subieron a dormir al camarote, mientras Pepe y Pepa disfrutaban del primer brindis en las butacas del Smaila´s Club, en honor al inicio de las vacaciones que tan bien habían empezado. Como empezando estaba el espectáculo musical que se presentaba  en ese mismo instante en la pista de baile y que duraría hasta bien entrada la madrugada.
Al día siguiente antes de llegar a Porto Torres,  aprovechando que  Julito se divertía en la sala de niños buceando en la piscina de bolas y Paula tomaba el sol en el solárium después de haberse dado un chapuzón en la piscina de cubierta con su triquini rosa, el matrimonio se dirigió al Wellness center para gozar de un agradable masaje con diferentes aceites.  Media hora antes de que el buque atracara en Porto Torres los cuatro disfrutaban de un suculento desayuno en el Restaurante self-service, mientras conversaban animadamente de las cosas que verían durante esos días en Cerdeña.
-He estado leyendo la guía de Cerdeña, y creo que esta misma mañana nos vamos a dar un baño en una de esas playas de agua cristalina que salen en los folletos de viajes. -Comentaba Pepe, mientras untaba la mantequilla en el croissant-.  Por lo visto la carretera se coge a la salida de Porto Torres dirección Stintino, que por las fotos  parece un pintoresco pueblecito de pescadores con casitas de colores pastel.  Según la guía, a unos kilómetros hay una playa que se llama Della Pelosa con las aguas color esmeralda. Suena bien, ¿no os parece?
Casi sin darse cuenta habían llegado al destino. Eran las 10h30 de la mañana y puntualmente el ferri estaba atracando en el puerto, con 33 grados de temperatura, un sol radiante y la familia García ansiosa por descubrir una gran isla de aguas turquesas y arena fina. El tiempo en el Cruise Roma se les había pasado volado, pero todos sabían que todavía les quedaba la vuelta para disfrutar de todo lo que no les había dado tiempo en esta ocasión. Ahora solo quedaba encontrarse con los vecinos, quienes por el contenido de los SMS que se habían ido intercambiado “se encontraban descansando en el hotel debido al duro viaje que habían tenido”.
Porto Torres es una de las ciudades más importantes de norte de la isla con casi 22.000 habitantes gracias a su puerto, por el que pasa gran parte del tráfico de pasajeros desde y hacia Italia. De hecho su florecimiento económico también estuvo determinado siglos atrás por este mismo puerto desde donde partían los barcos cargados de cereales producidos en la rica región de la Nurra.
Hoy más que nunca la dinamización y desarrollo de esta zona del noroeste de Cerdeña son factores directamente ligados al turismo, que como sabemos no es sólo una fabulosa industria multimillonaria, sino que también sirve como medio de intercambio cultural y social entre las distintas naciones. La idea es que exista un beneficio de ambas partes: entre el turista y el lugar que visita, y por supuesto, y más importante aún si cabe, entre los ferries y los lugares donde atracan.
Muchas de las poblaciones conectadas por las autopistas del Mediterráneo, véase Valencia, Barcelona, Nápoles, Civitavecchia, Livorno, las islas de Cerdeña, Sicilia, y Malta, y países de la talla de Túnez, Marruecos, o Grecia; destinos afamados mundialmente por su clima, las playas, la gastronomía, y la buena relación calidad-precio, son conscientes de que este turismo bien utilizado, permite maximizar los beneficios económicos haciendo que permanezcan en la región y en las comunidades locales, favoreciendo su crecimiento.
De esta manera ayudan a mejorar la calidad de vida de sus habitantes constituyéndose como una gran fuente de ingresos para los trabajadores del país de destino: empleados contratados por las compañías navieras, proveedores directos, empleados de establecimientos que proveen productos y servicios a los pasajeros y a la tripulación, los de las sedes centrales de las compañías, personal de mantenimiento, etc...
Si a esto se le suma que cada vez surgen más empresas comprometidas con la causa del cuidado del ecosistema del sitio y se realizan más campañas de concienciación, el resultado es la elevada demanda de viajes que se está produciendo a nivel mundial, en gran medida debido al modelo único de turismo que éstos representan.
Y es que los ferries-crucero que navegan por las autopistas del Mediterráneo ofrecen hoy en día una gran variedad de actividades que atraen turistas de demografías muy variadas (de edad, residencia, y clase socio-económica). Percibidos como una opción segura y fácil se presentan como una alternativa más a la carretera o al avión, pero con grandes ventajas como la adaptabilidad, puntualidad, la comodidad, la relación calidad-precio, la posibilidad de transportar tu propio vehículo, incluso la mascota ( si es perro o gato), y lo que es más importante, la satisfacción de no considerar el viaje como un mero trámite hasta nuestro destino final, sino todo lo contrario, desde el momento en que se sube a bordo, se empieza a disfrutar de la travesía.

Texto: Pekimpac
Fotos: Lineas-Grimaldi

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